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+# El cultivo de la conspiración
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+El 16 de noviembre de 1996, llegué al auditorio de la biblioteca de la Universidad de Bremen justo a tiempo para mi conferencia de la tarde. Durante cinco años, me había ocupado de comentar textos antiguos para trazar la larga historia de la _philia_ occidental, de la amistad. El tema de este semestre era la pérdida del sentido común, la pérdida de la proporcionalidad, el cambio decisivo en la proporción sensorial durante las vidas de John Locke, Gottfried Leibniz y Johann Sebastian Bach. Ese día me preparé para abordar el tema del sentido común como el órgano sensorial que se cree que reconoce lo «bueno», lo «adecuado» y lo «quinto» (desde la escala diatónica hasta las proporciones humanas). Lo contrastaba con el ideal emergente de la objetividad en la ciencia, en particular el paso de una objetividad perspectiva a una objetividad a-perspectiva; de la búsqueda de la verdad a la exigencia de la verificación y la prueba. Pero incluso antes de que pudiera empezar, tuve que parar: los doscientos auditores habían planeado celebrar una fiesta en lugar de una conferencia. Dos meses después de la fecha real, habían decidido celebrar mi septuagésimo cumpleaños, así que festejamos, reímos y bailamos hasta la medianoche.
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+Los discursos inauguraron el asunto. Yo estaba sentado detrás de un ramo de flores, en primera fila, y escuché diecisiete intervenciones. Como prueba de reconocimiento, regalé una flor a cada uno de los panegiristas. La mayoría de los oradores eran mayores de cincuenta años, amigos que había hecho en cuatro continentes, algunos de los cuales aún guardaban recuerdos que se remontaban a la década de 1950 en Nueva York. Otros eran conocidos más recientes, gente que había conocido en los tiempos en que enseñaba en Kassel, Berlín, Marburgo, Oldemburgo y, desde 1991, en Bremen. Esforzándome por expresar mi gratitud adecuada a cada orador, me sentía como Hugo de San Víctor, mi amigo y maestro de París. En una carta, este monje del siglo XII se compara con un burro de carga: no se siente aplastado, sino elevado por el peso de las amistades reunidas durante el peregrinaje de la vida.
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+Después de las _lauda_ _t_ _iones_ , cruzamos la plaza hasta el edificio de artes liberales, cuyos lúgubres pasillos de cemento tengo el hábito de evitar. Una metamorfosis se había producido en su atmósfera. Nos acomodamos en un café pintoresco con cerca de cinco docenas de mesas pequeñas, cada una con una vela encendida sobre una servilleta de color. Para la ocasión, el departamento de artes domésticas de la universidad había incluido en el presupuesto del semestre una olla lo suficientemente grande como para cocinar sopa de papa para toda una compañía. El canciller, ausente en ese momento por atender cuestiones oficiales en Pekín, había contratado un conjunto de klezmer. El profesor Ludolf Kuchenbuch, decano de los historiadores de una universidad cercana y saxofonista, se hizo cargo del jazz. Además, un par de payasos que actuaban en bicicleta nos entretuvieron con su parodia de mi libro _Energía y equidad_ de 1972.
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+El alcalde-gobernador de la «ciudad-Estado» libre de Bremen había escogido una botella de Borgoña muy antiguo de los tesoros del _Rathskeller_. El alto y delgado funcionario me entregó el precioso regalo y expresó su placer «de que Illich a los setenta años —en sus propias palabras— hubiera encontrado en Bremen _einen Zipfel Heimat_ », algo así como «un rincón de hogar». De la boca del _Bürgermeister_ , la frase que yo mismo había usado me cautivó; ahora me parecía grotesca, pero aun así verdadera. Empecé a reflexionar: ¿qué podría haberme inducido a asociar la noción de hogar con los largos y oscuros inviernos con lluvia continua, donde camino a través de los pastos a lo largo del Wümme que son inundados dos veces al día por la marea del Atlántico Norte? Yo que, de niño, me había sentido exiliado en Viena, porque todos mis sentidos estaban ligados con nostalgia al sur, al azul del Adriático, a las montañas de piedra caliza de la Dalmacia de mi primera infancia.
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+La ceremonia de hoy, sin embargo, es aún más sorprendente que las palabras del alcalde en las festividades del año anterior, porque su premio me hace sentir bienvenido por la ciudadanía y no sólo por las autoridades de la ciudad, dicho esto con el debido respeto a mi amigo el alcalde. La Villa Ichon es un testimonio de la civilidad de Bremen: un testimonio que no es ni de caridad privada ni de financiación pública. Ustedes, que son mis anfitriones en este lugar, se definen como ciudadanos comerciantes hanseáticos. El día de la solemne inauguración de la Villa Ichon, se negaron rotundamente a que un funcionario de la ciudad tocara las llaves de esta casa. Esto fue para subrayar la autonomía de la sociedad civil, basada en una respetuosa distancia con el gobierno de la ciudad, por más ejemplar que sea. Klaus Hübotter, quien inspiró la remodelación de esta casa del siglo XIX, se refiere a ella como una «casa flotante para los desamparados y los vulnerables entre nosotros». Me conmueve profundamente que su premio anual, destinado a honrar a un ciudadano de Bremen, se conceda hoy a un peregrino errante, pero que sabe apreciarlo. Como hijo mayor de una familia de comerciantes de una ciudad portuaria libre —atrapada entre las potencias adriáticas de Bizancio y Venecia—, nací en una tradición que, mientras tanto, se ha marchitado, pero no sin dejarme con una singular habilidad para saborear la hospitalidad hanseática que hoy recibo.
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+La primera vez que oí hablar de Bremen fue a la edad de seis años, en las historias que me contaba mi profesora de dibujo, que venía de una de sus familias patricias y en Viena sentía nostalgia del norte. Adopté a la pequeña dama vestida de negro como Mama Pfeiffer-Kulenkampf. Un verano vino con nosotros a Dalmacia, a pintar; sus acuarelas todavía adornan el estudio de mi hermano, en Long Island. De ella aprendí a mezclar diferentes pigmentos para las atmósferas contrastantes de la costa mediterránea y la atlántica.
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+Ahora, una larga vida después, me siento en casa en su clima gris salado. Y no sólo en casa; me imagino que mi presencia aquí ha añadido algo a la atmósfera de la Universidad de Bremen. Cuando el decano Johannes Beck me llevó desde la sala de conferencias a través de la plaza empapada de lluvia hasta el improvisado café, hizo un comentario que acepté como un regalo. «Ivan», dijo, «esto se siente como un desbordamiento de la casa de Barbara Duden». El decano Beck puso con éxito en palabras algo que había intentado decir por décadas: que la plétora de nuestra convivialidad en el comedor inspirara a un aula universitaria; el aura de hospitalidad en nuestra casa de la calle de Kreftingstraße se sentía más allá de su umbral.
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+En 1991 Christian Marzahn, entonces vicerrector, vino a México para invitarme a la Universidad de Bremen. Antes de que empezara el semestre, Barbara Duden consiguió una casa en el barrio de Ostertor, más allá del viejo foso, justo al lado de la esquina de los drogadictos, el mercado de granjeros y el zoco turco. Con su alegre austeridad lo hizo hospitalario; todos nos maravillamos de la facilidad con la que, bajo su liderazgo, los jóvenes amigos, ya sea que se queden o estén de paso, se sienten como en casa y alimentan la conversación. Si, después de mi conferencia de los viernes, el tazón de espaguetis debe alimentar a más de las dos docenas que caben alrededor de la mesa hecha con parqués de madera, los invitados se ponen en cuclillas sobre los petates en la habitación de al lado.
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+A lo largo de los años, Kreftingstraße ha fomentado una cercanía privilegiada en un trato respetuoso, disciplinado y crítico: amistades entre viejos conocidos que llegan de lejos y otros nuevos (tres o incluso cuatro décadas más jóvenes que mi compañero más viejo, Lee Hoinacki, que comparte su habitación con nuestras enciclopedias). La amistad hace que los vínculos sean únicos, pero algunos más que otros soportan la carga del anfitrión: Kassandra, que vive en otro lugar, con una llave de la casa, trae flores, y Matthias, el virtuoso baterista que vive abajo en una habitación con una puerta que se abre hacia el pequeño jardín. Ambos pertenecen a la docena de personas que graciosamente reciben al recién llegado en el umbral, agitan la sopa, orientan la conversación, lavan los platos y… corrigen mis manuscritos así como los de los demás.
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+Considero que este obvio pero intangible clima civil es un regalo del _spiritus loci_ de Bremen, para el cual Barbara Duden ha creado el lugar apropiado. Veo esto como una oportunidad para reflexionar sobre la atmósfera y la cultura en la era de la Red y los teléfonos móviles. La hospitalidad aprendida y sosegada es el único antídoto para la postura de ingenio corrosivo que se adquiere en la búsqueda profesional de conocimiento objetivamente asegurado. Estoy seguro de que la búsqueda de la verdad no puede prosperar si no se alimenta de una atmósfera de confianza mutua, que sin este compromiso de amistad no se puede hacer la distinción misma entre búsqueda de la verdad y obtención o producción de un conocimiento objetivo. Por lo tanto, he tratado de identificar el ambiente que fomenta —pero también el aire «acondicionado» que impide— el aura de la amistad.
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+Por supuesto que puedo recordar el sabor de las atmósferas fuertes de otras épocas de mi vida. En lugares tan distantes como Cuernavaca y State College, hemos cultivado la hospitalidad intelectual en nuestro círculo de amigos a través del respeto al Lugar, evitando el diagnóstico mutuo y tolerando las voces discordantes. Nunca he dudado —y es aún más cierto hoy en día— que un ambiente «monástico» es el prerrequisito para la independencia necesaria para un enjuiciamiento histórico de la sociedad. Sólo el compromiso gratuito de los amigos puede permitirme practicar el ascetismo necesario para enfrentar las cuasiparadojas modernas, como renunciar al análisis de sistemas mientras escribo en mi Toshiba.
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+Mi temprana sospecha de que era necesaria una cierta atmósfera para el tipo de _studium_ al que me había dedicado se convirtió en una convicción a través de mi contacto con las universidades estadounidenses del periodo post-Sputnik. Después de sólo un año como vicerrector de una universidad en Puerto Rico, yo y algunos otros quisimos cuestionar la ideología del desarrollo a la que tanto Kennedy como Castro suscribieron. Puse todo el dinero que tenía —hoy el equivalente al premio que me acaban de dar— en la compra de una cabaña de madera de una habitación en las montañas que dan al Caribe. Con tres amigos, quería un lugar de estudio en el que cada uso del pronombre personal «nos-otros» se refiriera sinceramente a nosotros cuatro, y fuera accesible también a nuestros huéspedes; quería practicar el rigor que nos alejara del «nosotros» que invoca la seguridad que se encuentra a la sombra de una disciplina académica: nosotros como sociólogos, economistas, etc. Como dijo uno de nosotros, Charlie Rosario: «Todos los departamentos huelen a desinfectantes, en el mejor de los casos… y los venenos esterilizan el aura». La casita en el camino a las montañas de Adjuntas pronto se volvió tan desagradable que tuve que dejar la isla.
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+Esto me liberó para iniciar un «pensatorio» en México, que cinco años más tarde se convirtió en el Centro Intercultural de Documentación o CIDOC. En su discurso inaugural para la celebración de hoy, el parlamentario del Bunderstag Freimut Duve les habló de ello. En aquellos lejanos años, Duve era editor en la editorial Rowohlt, se ocupaba de la publicación de mis libros en alemán y me visitó varias veces en Cuernavaca. Les habló del espíritu que prevalecía en ese lugar: un clima de tolerancia mutuamente atemperada. Fue esta aura, esta cualidad o aire, a través de la cual esta efímera aventura podía convertirse en una encrucijada mundial, un lugar de encuentro para aquellos que, mucho antes de que se pusiera de moda, cuestionaban la inocencia del «desarrollo». Sólo el estado de ánimo que Duve insinuó puede explicar la influencia desproporcionada que este pequeño centro ejerció al desafiar los beneficios del desarrollo socioeconómico.
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+El CIDOC fue cerrado de común acuerdo el 1 de abril de 1976, diez años después del día de su fundación. Con música y bailes mexicanos celebramos su clausura. Duve les habló de Valentina Borremans, que había organizado y dirigido el CIDOC desde su fundación. Luego habló de su admiración por el estilo con el que ella terminó su trabajo con el consentimiento mutuo de sus sesenta y tres colaboradores. Se dio cuenta de que el alma de este pensatorio libre, independiente y ajeno al poder sería aplastado pronto por su creciente influencia.
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+El CIDOC cerró sus puertas ante las críticas de sus amigos más serios, gente demasiado seria para comprender la paradoja de la atmósfera. Éstas eran principalmente personas para las que el clima hospitalario del CIDOC había proporcionado un foro único. Prosperaron en el aura del CIDOC, y rechazaron totalmente nuestra certeza de que la atmósfera invita a la institucionalización que terminará corrompiéndola. Nunca se sabe qué es lo que nutrirá y fortalecerá el espíritu de la _philia_ , pero pueden estar seguros de qué es lo que lo asfixiará. El espíritu emerge por sorpresa, y es un milagro cuando permanece; es asfixiado por cada intento de asegurarlo; es pervertido cuando se intenta aprovecharlo para obtener riquezas, poder o influencia.
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+Pocos entienden esto. En México, recientemente abrí la botella de Borgoña del alcalde con Valentina para brindar por uno de ellos. Bebimos el vino en memoria de Alejandro del Corro, un jesuita argentino fallecido que vivió y trabajó conmigo a principios de la década de 1960. Con su Leica viajó por toda América del Sur, colaborando con los guerrilleros para salvar sus archivos para la posteridad. Alejandro era un maestro en la moderación del aura. Cuando presidía, su cuidadosa atención —ya fuera hacia un funcionario estadounidense, un recolector de basura, un guerrillero o un profesor— ayudaba a que cada uno se sintiera en casa con el otro alrededor de la mesa del CIDOC. Alejandro sabía que no se puede poseer el aura; sabía de la evanescencia, de la vulnerabilidad de la atmósfera.
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+Hablo de una hospitalidad sencilla y generosa, sin nada fabricado ni moralizante. Pero sólo aquí en Bremen, en el curso de estos cuarenta años, el aura de la mesa del desayuno se ha extendido a la sala de la biblioteca donde, los viernes por la tarde, tengo el privilegio de hablar. Sólo aquí en Bremen se ha desarrollado una atmósfera en la que un puñado de hombres y mujeres de la mitad de mi edad se han embarcado en una investigación disciplinada sobre la historia de la proporcionalidad, una empresa que he comenzado, pero que nunca podré concluir, a pesar de las promesas que le hice a usted, Wolfgang Beck, cuando tomó la iniciativa de reeditar mis libros. En cierto modo, el _genius loci_ de Bremen me permitió verificar una vieja intuición: hoy más que nunca, el renacimiento de una búsqueda iluminada de la verdad se nutre de una amistad austera más que de sistemas.
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+Tengo la intención de usar el dinero que acompaña al premio que se me ha concedido para hacer que nuestras discusiones sean más conviviales. Esto permitirá a una de nuestras estudiantes residentes, Silja Samerski, someter las actas y notas de nuestras reuniones a las críticas de los amigos ausentes.
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+Hablo de atmósfera, _faute de mieux_. En griego, la palabra se usa para referirse a la emanación de una estrella, o la constelación que gobierna un lugar; los alquimistas la adoptaron para hablar de las capas que rodean nuestro planeta. Maurice Blondel refleja su uso francés mucho más tardío para _bouquet des esprits_ , el perfume que los presentes traen a una reunión. Utilizo la palabra para algo frágil y a menudo desestimado, el aire que teje, ondea y evoca recuerdos, como los que están unidos a esta botella de Borgoña mucho tiempo después de haber sido vaciada.
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+Para percibir un aura, se necesita una nariz. La nariz, enmarcada por los ojos, se extiende debajo del cerebro. Lo que la nariz inhala termina en las entrañas; todo yogui y hesicasta lo sabe. La nariz desciende en una curva en medio de la cara. Todo judío piadoso es consciente de la imagen, ya que cuando los cristianos dicen «caminar ante los ojos de Dios», en hebreo se habla de «pasear bajo la nariz y el aliento de Dios». Para saborear la atmósfera de un lugar, uno debe confiar en su nariz; para confiar en otro, uno debe primero olerlo.
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+En sus inicios, la cultura cívica occidental oscilaba entre la desconfianza cultivada y la confianza simpatética. Platón creía que sería peligroso para los ciudadanos atenienses dejar que sus entrañas se vieran afectadas por la pasión de los actores en el teatro; quería que la audiencia no fuera más allá de una reflexión sobre las palabras. Aristóteles modificó respetuosamente la opinión de su maestro. En la _Poética_ , pide a los espectadores que dejen que los gestos y la mímica, el ritmo y la melodía de la respiración, lleguen a sus entrañas. Los ciudadanos deben asistir al teatro, no sólo para entender, sino para ser afectados por los demás. Según Aristóteles, no puede haber ninguna transformación, ninguna catarsis purificadora, sin esa apasionante mímesis. Sin la experiencia visceral del otro, sin compartir su aura, uno no puede salvarse a sí mismo.
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+Algo de ese sentido de mímesis aparece en un viejo adagio alemán: _Ich kann dich gut riechen_ , «puedo olerte bien». Es una expresión que todavía se usa y se entiende. Pero no es algo que se diga a cualquiera; es una expresión que sólo se permite cuando uno se siente cercano, cuenta con la confianza y está dispuesto a ser herido. Supone la verdad de otro dicho alemán: _Ich kann dich gut leiden_ , «puedo sufrirte bien». Aquí se puede ver que las palabras relacionadas con la nariz no han desaparecido por completo del habla coloquial, incluso en la era de los regaderazos diarios.
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+Recuerdo mi vergüenza cuando, después de años de disciplina ascética, me di cuenta de que todavía no había establecido la conexión entre la nariz y el corazón, el olor y el afecto. Estaba en Perú a mediados de la década de 1950, camino de encontrarme con Carlos, que me acogió en su modesta cabaña por tercera vez. Pero para llegar a la cabaña, tuve que cruzar el río Rímac, la cloaca abierta de Lima. La idea de dormir durante una semana en este miasma me daba náuseas. Esa noche, con un shock, comprendí de repente lo que Carlos me había estado diciendo todo el tiempo: «Ivan, no te engañes; no te imagines que puedes ser amigo de gente a la que no puedes oler». Esa sacudida me descongestionó la nariz; me permitió sumergirme en el aura de la casa de Carlos y mezclar la atmósfera que llevaba conmigo en el ambiente de su casa.
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+Este descubrimiento a través de mi nariz del aroma del espíritu ocurrió hace cuarenta años, en la época del DC-4, la creencia en los programas de desarrollo y el aparentemente benigno Cuerpo de Paz. Era la época en que el DDT era todavía demasiado caro para los habitantes de los barrios bajos de América Latina, cuando la mayoría de la gente tenía que aguantar las pulgas y los piojos en la piel, así como a los ancianos, los lisiados y los idiotas en sus casas. Esto fue antes de los días de las Xerox, el fax y el correo electrónico. Pero también fue antes del smog y el sida. En ese momento se me consideraba un derrotista o un excéntrico porque preveía los efectos secundarios no deseados del desarrollo, porque hablaba con los sindicatos sobre el desempleo tecnogénico y con los izquierdistas sobre la polarización creciente entre ricos y pobres a raíz de la expansión de la dependencia de las mercancías. Lo que parecía ser histeria ha sido confirmado desde entonces en forma de hechos bien documentados. Algunos de estos hechos son demasiado terribles para afrontarlos. Es necesario exorcizarlos, expurgarlos a través de la investigación, asignar su gestión a agencias especializadas y conjurarlos a través de programas de prevención. Pero mientras que el agotamiento de las formas de vida, la creciente inmunidad de los patógenos, los cambios climáticos, la desaparición de la cultura del trabajo y la violencia incontrolable constituyen ahora los efectos secundarios admitidos del crecimiento económico, la terrible amenaza que la vida moderna supone para la supervivencia de las atmósferas es apenas perceptible.
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+Ésta es la razón por la que me atrevo a molestarlos con el recuerdo de ese paseo al atardecer con la nariz saturada de los olores de la orina y las heces que emanan del Rímac. Ese paisaje ya no existe; los coches ahora llenan una autopista que esconde las aguas residuales. La piel y el cuero cabelludo de los indios ya no son nidos de piojos; ahora las alergias producidas por los productos químicos industriales causan la comezón. Las casuchas improvisadas han sido sustituidas por viviendas públicas; cada departamento tiene sus redes de tubería y cada miembro de la familia una cama separada: el huésped es consciente de las molestias que causa. El hedor del Rímac se ha convertido en un recuerdo en una ciudad asfixiada por el smog industrial. Yuxtapongo el entonces y el ahora porque esto me permite argumentar que la inminente pérdida del espíritu, del alma, de lo que llamo atmósfera, podría pasar desapercibida.
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+Sólo las personas que se encaran en confianza pueden permitir su aparición. El buqué de la amistad varía con cada respiración, pero cuando está ahí no necesita ser nombrado. Durante mucho tiempo creí que no había un sustantivo para decirlo, ni un verbo para expresarlo. Cada vez que probaba una palabra, me desanimaba; todos los sinónimos fueron sustituidos por falsificaciones sintéticas: modas producidas en masa y estados de ánimo ingeniosamente comercializados, sentimientos chic, presunciones soberbias y gustos de moda. La industria proporciona a la vida diaria un aura, con cosas que están llenas de atmósfera sintética. Al igual que las vitaminas, los hormigueos emocionales se distribuyen de forma similar, con _styling_ , diseño, sugestiones subliminales. No sólo las cremas para la piel, los cigarros y los viajes, sino también los programas escolares y el baño emiten vapores sintéticos. A partir de la década de 1970, las dinámicas de grupo y toda la parafernalia que las acompaña, los retiros y el entrenamiento psíquico, diseñados para generar una «atmósfera», se convirtieron en un enorme negocio. El silencio discreto sobre el tema que estoy planteando parecía preferible a causar un malentendido.
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+Entonces, treinta años después de aquella noche sobre el Rímac, me di cuenta repentinamente de que sí hay un palabra muy simple que dice lo que aprecio y trato de alimentar, y esa palabra es _paz_. La paz, sin embargo, no en los significados en los que se comercializa internacionalmente hoy en día, sino la paz en su peculiar significado posclásico, europeo. La paz, en este sentido, es la única palabra fuerte para nombrar apropiadamente la atmósfera de amistad creada entre iguales; y entonces «pacífico» significa mucho más que no-violento. Pero para abrazarla, uno tiene que llegar a entender el origen de esta paz en la _conspiratio_ , un curioso comportamiento ritual casi olvidado hoy en día.
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+Así es como esta intuición llegó a mí. En 1986, unas pocas docenas de grupos de investigación sobre la paz en África y Asia se preparaban para abrir un centro de recursos comunes. La asamblea de fundación se iba a celebrar en Japón, y los líderes buscaban un orador del Tercer Mundo. Sin embargo, por razones de delicadeza, querían a alguien que no fuera ni asiático ni africano, y me tomaron por un latinoamericano; luego me presionaron para que fuera. Así que empaqué mi guayabera en mi maleta y me fui a Oriente.
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+En Yokohama me dirigí al grupo hablando como historiador. Sobre todo, quería desmantelar cualquier concepto universal de paz; quería subrayar la reivindicación de cada _ethnos_ de su propia paz, el derecho de cada comunidad a ser dejada en su paz. Me pareció importante dejar claro que la paz no es una condición abstracta, sino un espíritu muy específico que debe ser disfrutado en su particular e incomunicable unicidad por cada comunidad.
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+Mi objetivo en Yokohama era doble: quería examinar no sólo el significado sino también la historia y la perversión de la paz en ese apéndice de Asia y África que llamamos Europa. Después de todo, la mayor parte del mundo en el siglo XX sufre de la aceptación entusiasta de las ideas europeas, incluido el concepto europeo de paz. La asamblea en Japón me dio la oportunidad de contrastar el espíritu único de paz que nació en la Europa cristiana con su perversión y falsificación cuando, en la jerga de la política internacional, se crea un vínculo ideológico entre el desarrollo y la paz; cuando el crecimiento económico, la instrucción escolar, el diagnóstico médico y la gestión global erradican lo que una vez se entendió por paz en la tradición europea. Argumenté que sólo desvinculando la _pax_ (paz) del desarrollo podría revelarse la gloria hasta ahora insospechada que se oculta en esta _pax_. Pero lograr esto ante una audiencia japonesa era difícil.
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+Los japoneses tienen un ideograma para algo que nosotros no tenemos, ni decimos, ni sentimos: _fūdo_. Mi anfitrión y maestro, el profesor Yoshiro Tamanoy, me lo describió así: «la frescura inimitable que surge de la mezcla de un suelo particular con las aguas apropiadas». Confiando en mi docto guía pacifista, ahora fallecido, empecé con el concepto de _fūdo_. No fue difícil explicar que tanto la _philia_ ateniense como la _pax romana_ , por muy diferentes que sean la una de la otra, son incomparables con el _fūdo_. La _philia_ ateniense habla de la amistad entre los hombres libres de una ciudad, y la _pax romana_ habla del estatuto administrativo de una región en cuyo suelo la Legión había plantado sus estandartes. Con la ayuda del profesor Tamanoy, fue fácil elaborar las contradicciones y las diferencias entre estas dos nociones, y conseguir que el público comentara las heterogeneidades similares en el significado cultural de la paz en la India o entre grupos vecinos de Tanzania. Todas las encarnaciones caleidoscópicas de la paz se referían a una atmósfera particular y altamente deseable. Hasta aquí la conversación resultó sencilla.
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+Sin embargo, hablar de la _pax_ en la época protocristiana resultó ser un asunto delicado, porque alrededor del año 300 _pax_ se convirtió en una palabra clave en la liturgia cristiana. Se convirtió en el eufemismo para un beso de boca a boca entre los fieles que asistían a los servicios. La _pax_ se convirtió en el camuflaje para el _osculum_ (de la palabra _os_ , boca), para la _conspiratio_ , una mezcla de respiraciones. Mi amigo sintió que no sólo me estaba exponiendo a un malentendido, sino quizá ofendiendo, al evocar públicamente tal contacto cuerpo a cuerpo. El gesto sigue siendo repugnante para los japoneses hoy en día.
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+En latín la palabra _osculum_ no es ni muy antigua ni muy frecuente. Es una de las tres palabras que pueden ser traducidas por el castellano «beso». En comparación con el tierno _basium_ y el lascivo _suavium_ , _osculum_ fue un término tardío en el latín clásico, y fue usado en una sola circunstancia como un gesto ritual. En el siglo II, se convirtió en la señal que un soldado a punto de marcharse daba a una mujer, una forma de reconocer al hijo esperado como su descendencia.
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+En la liturgia cristiana del primer siglo, el _osculum_ asumió una nueva función. Se convirtió en uno de los dos puntos culminantes de la celebración de la Eucaristía. La _conspiratio_ , el beso en la boca, se convirtió en el solemne gesto litúrgico por el que los participantes en la acción de culto compartían su aliento o espíritu con los demás. Llegó a significar su unión en el Espíritu Santo, la comunidad que toma forma en el aliento de Dios. La _ecclesia_ surgió a través de una acción ritual pública, la liturgia y el alma de esta liturgia eran la _conspiratio_. Explícitamente, corporalmente, la celebración cristiana central se entendía como una co-respiración, una co-inspiración: la producción de una atmósfera común, un entorno divino.
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+El otro momento eminente de la celebración fue, por supuesto, la _comestio_ , la comunión de la carne, la incorporación del creyente en el cuerpo del Verbo Encarnado, pero la _communio_ estaba teológicamente vinculada a la _con-spiratio_ precedente. La _con-spiratio_ se convirtió en la expresión somática más fuerte, clara e inequívoca para la creación totalmente no jerárquica de un espíritu fraternal en la preparación de la comida unificadora. A través del acto de comer, los compañeros conspiradores se transformaban en un «nosotros», una reunión que en griego significa _ecclesia_. Además, creían que el «nosotros» es también el «yo» de alguien; se nutrían de la sombra del «yo» del Verbo Encarnado. Las palabras y las acciones de la liturgia no son sólo palabras y acciones mundanas, sino acontecimientos que ocurren después del Verbo, es decir, después de la Encarnación. La paz como una mezcla del suelo y las aguas es una imagen que me parece agradable; pero la paz como resultado de la _conspiratio_ exige una intimidad demandante, hoy casi inimaginable.
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+La práctica del _osculum_ no estuvo exenta de controversia. Los documentos muestran que la _conspiratio_ causó un escándalo desde el principio. Tertuliano el africano y rigorista Padre de la Iglesia, consideraba que una matrona decente no debía ser expuesta a ninguna posible vergüenza por este rito y quería eliminarlo de la Cena del Señor. La práctica continuó, pero no bajo el mismo nombre; la ceremonia requería un eufemismo. A partir de finales del siglo III, el _osculum pacis_ se denominaba simplemente _pax_ , y el gesto se suavizaba a menudo hasta el punto de ser reducido a un roce ligero para significar la mezcla espiritual de las entrañas que crea una atmósfera fraternal. Hoy en día, la _pax_ que precede a la comunión, llamada «el beso de la paz», sigue siendo una parte integrante de la misa en los rituales romanos, eslavos, griegos y sirios, aunque a menudo se reduce a un fugaz apretón de manos.
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+Al igual que en Yokohama, no puedo evitar contar esta historia hoy en Bremen. ¿Por qué? Porque la idea misma de la paz entendida como hospitalidad que se extiende al extranjero, y de una asamblea libre que surge en la práctica de la hospitalidad, no puede ser entendida sin la referencia a la liturgia cristiana del beso en la boca, que da a la comunidad local un carácter «espiritual».
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+Sin embargo, así como los antecedentes de la paz entre nosotros no pueden entenderse sin referencia a la _conspiratio_ , la unicidad histórica del clima, la atmósfera o el espíritu de una ciudad también requiere esta referencia. La idea europea de paz, que es sinónimo de la incorporación somática de los iguales en una comunidad, no tiene análogos en otros lugares. En nuestra tradición europea, la comunidad no es resultado de un acto de fundación autorizado, ni un regalo de la naturaleza o sus dioses, ni siquiera el resultado de la gestión, la planificación y el diseño, sino la consecuencia de una _conspiración_ , un regalo deliberado, mutuo, somático y gratuito de unos a otros. El prototipo de esa conspiración reside en la celebración de la liturgia de los primeros cristianos en la que, sin importar su origen, hombres y mujeres, griegos y judíos, esclavos y ciudadanos, todos engendran una realidad física que los trasciende, un espíritu de amistad. El aliento compartido, la _con-spiratio_ , es la paz, entendida como la comunidad que surge de ella.
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+Los historiadores han señalado a menudo que la idea del contrato social, que domina el pensamiento político en Europa desde el siglo XIV, tiene sus orígenes concretos en la forma en que los fundadores de las ciudades medievales concebían las civilidades urbanas. Estoy totalmente de acuerdo con esto. Sin embargo, al centrar la atención en la sociedad medieval tardía entendida como una composición de corporaciones que resultan de un contrato social, puede distraerse la atención del bien que tales corporaciones debían proteger, a saber, la paz resultante de una _conspiratio_. Puede pasarse por alto el absurdo pretencioso de intentar asegurar contractualmente una atmósfera tan fugaz y viva, tan tierna y robusta, como la _pax_.
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+Los comerciantes y artesanos medievales que se establecieron al pie del castillo de un señor feudal sintieron la necesidad de convertir la conspiración que los unía en una asociación segura y duradera. No estaban dispuestos a construir sobre la base de un espíritu eternamente tenue. ¿Cuánto tiempo duraría? Para garantizar su seguridad general, recurrieron a un dispositivo, la _conjuratio_ , una promesa mutua confirmada por un juramento que toma a Dios como testigo, una forma de asegurar la durabilidad y la estabilidad de la atmósfera creada por la conspiración. La mayoría de las sociedades conocen el juramento, pero el uso del nombre de Dios para hacerlo valer aparece primero como un dispositivo legal en la codificación del derecho romano hecha por el emperador cristiano Teodosio. La conjuración, la coincidencia en un juramento común confirmado por la invocación a Dios, justo como el _osculum_ litúrgico, es de origen cristiano. La _conjuratio_ que usa a Dios a modo de resina para el vínculo social asegura presumiblemente la estabilidad y la durabilidad de la atmósfera engendrada por la _conspiratio_ de los ciudadanos. En este nexo entre _conspiratio_ y _conjuratio_ , se entrelazan dos conceptos igualmente únicos heredados del primer milenio de la historia cristiana, pero la formalidad contractual pronto eclipsó la sustancia espiritual.
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+Nuestro universo político occidental contemporáneo se basa en un llamado a la paz que está en la base de la forma histórica profundamente nueva de la ciudad medieval de la Europa central. La _conjuratio conspirativa_ , un solemne tratado _cum_ espíritu, hace que la urbanidad europea sea distinta de los modos urbanos de otros lugares. También implica una tensión dinámica singular entre la atmósfera de la _conspiratio_ y su constitución legal, contractual. Idealmente, el clima espiritual es la fuente de la vida de la ciudad, que florece en una jerarquía, como una concha o armazón, para proteger su orden.
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+El vínculo entre un juramento ( _conjuratio_ ) y la _conspiratio_ debe verse a la luz de mil años de historia eclesiástica, en la que los dos componentes no pueden confundirse entre sí. En la medida en que se entiende que la ciudad se origina en una _conspiratio_ , debe su existencia social a la _pax_ , el aliento, compartido por igual entre todos. Esta génesis es incomparable con el nacimiento de los atenienses de la matriz bajo la Acrópolis, incomparable con la ciudad concebida como el regalo de un dios a los inmigrantes jonios, incomparable con la descendencia común de un antepasado mítico.
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+El vínculo entre _conspiratio_ y _conjuratio_ reúne dos conceptos igualmente únicos heredados del primer milenio de la cristiandad. Aquí hay un olor a rata. Mi nariz me dice que «algo está podrido» en el estado de Occidente. En el segundo milenio, el uso de Dios como testigo para sacrificar el contrato social crea el marco dentro del cual es posible abusar de la _pax_ como un ideal que justifica la imposición de nuestro tipo de orden en el mundo entero.
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+Otras fuentes de esta teoría y práctica son numerosas: una conciencia de sí mismo mejor definida, como ilustra la doctrina de Abelardo; una nueva confianza en los instrumentos como medios para alcanzar un fin, como lo demuestra la proliferación de molinos de viento y el aumento de la producción agrícola y textil; una novedosa concepción del matrimonio como una relación contractual en la que dos seres humanos, un hombre y una mujer, se comprometen libremente.
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+La parábola de Klaus Hübotter de la Villa Ichon como una casa flotante me hizo pensar en la esencia de la atmósfera, y al hacerlo llegamos a esta larga historia del origen de la ciudad gracias a la «paz» entre los ciudadanos que son hospitalarios entre sí de una manera única. Y no sólo entre ellos… ¡Han invitado a este vagabundo a deambular por aquí! Esta larga reflexión sobre los precedentes históricos del cultivo de la atmósfera en el Bremen de finales del siglo XX me parecía necesaria para defender su naturaleza intrínsecamente conspirativa. Quería mostrar por qué la crítica independiente del orden establecido de nuestra sociedad moderna, tecnógena y centrada en la información, sólo puede surgir de un entorno de intensa hospitalidad: el arte de la hospitalidad y el arte de ser invitado.
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+Como estudioso, he sido moldeado por las tradiciones monásticas y la interpretación de los textos medievales. Desde muy temprano concluí que la principal condición para una atmósfera propicia para el pensamiento independiente es la hospitalidad cultivada por el anfitrión: una hospitalidad que excluye la condescendencia tan escrupulosamente como la seducción; una hospitalidad que por su simplicidad vence el miedo al plagio tanto como el del clientelismo; una hospitalidad que por su apertura disuelve la intimidación tan cuidadosamente como el servilismo; una hospitalidad que exige de los huéspedes tanta generosidad como la que impone al anfitrión. He sido bendecido con una gran parte de ella, con el sabor de un ambiente relajado, humorístico y a veces grotesco, entre compañeros mayormente ordinarios pero a veces extraños, entre personas que son pacientes entre sí. Más en Bremen que en cualquier otro lugar.
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+Bremen, Alemania y Ocotepec, México
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+Traducción: Miranda Martínez y Alan Cruz
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+Discurso pronunciado en la Villa Ichon de Bremen, Alemania, cuando recibí el Premio de Cultura y Paz de la Ciudad de Bremen el 14 de marzo de 1998. Al preparar la versión inglesa, preparé y mejoré el original alemán. Los cambios que he realizado son esencialmente referencias al gran estudio de la historia del juramento de Paolo Prodi, que me permitió aclarar la oposición entre _conspiratio_ y _conjuratio_. ( _Cf_. Paolo Prodi, _Il sacramento del potere. Il giuramento politico nella storia costituzionale dell’Occidente_ , Bolonia, Il Mulino, 1992).
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+_N. de TT_.: La presente traducción retoma las diferentes versiones supervisadas por Illich: «Das Geschenk der _conspiratio_ », reedición ampliada de 2001, «The Cultivation of Conspiracy», en Lee Hoinacki y Carl Mitcham (eds.), _The Challenges of Ivan Illich_ , Nueva York, State University of New York Press, 2002, pp. 233-242; y «La culture de la conspiration», en Ivan Illich, _La perte des sens. Inédit_ , París, 2004, Fayard, pp. 337-352.